A Honora le resultaba imposible apartar la mirada
de los ojos del duque, mientras él observaba que el color subía a sus mejillas,
y pensó que era lo más hermoso que había visto en su vida.
—Te amo, amor mío, pero temía decírtelo y provocar
tu temor.
—Ya... no... temo —respondió Honora—. ¡Te amo! Pero
no... sabía... que el amor... fuera así.
—¿Cómo? —preguntó el duque con sus labios muy
próximos a los de ella.
—Es parte de la luz del sol... la música... la
belleza de las flores y los árboles,.. y por supuesto... del cielo.
Los labios de él apresaron los de ella y el duque
comprendió que esa suavidad, esa dulzura e inocencia, era algo que jamás había
soñado encontrar....
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