lunes, 20 de octubre de 2014

El escándalo perfecto

Si había algo que Tristan Adam Hargrove, cuarto marqués de Moreland, había aprendido a evitar, era el escándalo. Porque el apuesto marqués no solo era un caballero honorable incapaz de seducir a una mujer en provecho propio. También era el autor de Cómo evitar un escándalo, el célebre libro rojo que se había extendido como un incendio entre la aristocracia londinense.


Cuando una belleza de negra melena llegó a su vecindario, Tristan comprendió que no debía sucumbir al deseo. Sabía muy poco de aquella mujer: solo que era de noble cuna, que se hallaba bajo la protección de la Corona y que era, por tanto, completamente inadecuada para las bajas pasiones a las que él se entregaba en secreto. Si no hubiera visto su vulnerable belleza una noche aciaga... Si sus labios no fueran tan arrebatadoramente rojos... Si no fuera ya demasiado tarde para salvarla a ella, y a sí mismo, de la pasión irrefrenable que estaba a punto de desatarse en nombre del amor... hubiera podido evitar el escándalo.

Érase una vez un escándalo

Estaba a punto de enamorarse del único hombre al que jamás amaría... por segunda vez.

Lady Victoria Jane Emerson dejó atrás su idea romántica y juvenil del amor cuando Jonathan la abandonó sin contemplaciones. Cuando le llegó el momento de elegir marido, se prometió a sí misma casarse con alguien que no pudiera romperle el corazón.


A su regreso a Inglaterra, tras saldar las deudas de su familia, Jonathan Pierce Thatcher, vizconde de Remington, descubrió que, casi milagrosamente, había sido elegido para competir por la mano de su amada Victoria. Convencer al amor de su vida de que volviera a creer en la magia del romanticismo y en las delicias del deseo era el mayor reto al que se había enfrentado nunca. Y no podía fracasar.

Preludio de un escándalo

La batalla entre la dama y el libertino estaba a punto de comenzar

Lady Justine estaba dispuesta a perder su buen nombre, su reputación y su lugar en la alta sociedad londinense, siempre ávida de rumores, por conseguir la excarcelación de su padre.


Pero cuando el legendario duque de Bradford respondió a su oferta con una proposición de matrimonio, la apuesta subió varios puntos. Porque aunque el seductor lord era famoso por sus conquistas, se mostraba indiferente tanto a su devoción como a sus encantos. Y Justine temería muy pronto haberse molestado para nada…

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