Por fin, el jeque Jalal había sido
reconocido príncipe y heredero. Ahora, ya podía reclamar lo que era suyo:
tierra, título, trono... y una princesa. Clio Blake, la mujer que lo había
hechizado, luchaba contra él como una leona, pero Jalal no estaba dispuesto a
renunciar a ella.
Clio Blake no pertenecía a ningún
hombre... ni era la princesa de ningún país. Y jamás entregaría su corazón a
alguien con el pasado de Jalal. Entonces, ¿por qué no podía resistir sus
deliciosos y exigentes besos? ¿Y por qué temblaba cada vez que pensaba en el
príncipe bandido... amándola, poseyéndola?
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